Las religiones abrahámicas y el shamanismo

Anteriormente hicimos mención a un sincronismo que había pululado en las culturas aborígenes del Nuevo Continente antes de la Conquista: los sacrificios humanos. Este proceder religioso, del que nos han llegado relatos de consternados sacerdotes españoles, lo vemos también desplegado sin tapujos en toda Europa durante los siglos de la Inquisición. Benzion Netanyahu sostiene en Los Orígenes de la Inquisición que esa poderosa maquinaria represiva respondía más a una finalidad de persecución racista que a motivos religiosos; en el cap. I, sintetiza citando la obra The Expansion of Christianity in the First Three Centuries de Adolf von Harnack, la conclusión del marcado antisemitismo que profesaron los padres cristianos durante la escisión helenista al credo judío:
A pesar de todos los cambios radicales que tuvieron lugar en los conceptos básicos del cristianismo, quedaba el problema de la dependencia de la Biblia y la admiración de los profetas y héroes de Israel tan palmarias en las palabras de Jesús y de Pablo; dependencia que parecería estar en directa contradicción con los sentimientos antijudíos de las masas griegas. [...]  «Pero todo cristiano debe negarles la posesión del Antiguo Testamento. Para un cristiano sería pecado decir: “este libro nos pertenece a nosotros y a los judíos;” pues nos perteneció desde el principio, lo mismo que nos pertenece ahora y para siempre, a nosotros los cristianos y a nadie más, mientras los judíos son la peor gente, la más sin Dios y abandonada de Dios, de todas las naciones de la Tierra, pueblo del Diablo... cuadrilla de hipócritas... marcada por la crucifixión de Nuestro Señor.» Como Harnack dijo resumiendo todo este proceso:
Tan injusticia como la cometida por la Iglesia de los Gentiles sobre el Judaísmo apenas tiene precedentes en los anales de la historia. La Iglesia lo despojó de todo, le quitó sus libros sagrados; no siendo ella misma sino una transformación del judaísmo, cortó toda conexión con su religión materna. ¡Primero la hija le robó a la madre, y después la repudió!
Aunque discrepemos según la acepción que se le brinde a la palabra «racista» entendemos que la maquinaria represiva a la que hace alusión tenía más de un objetivo; perseguiremos más tarde esta extraña acusación sobre el “pueblo del Diablo” no sin olvidar el curioso hecho que la Iglesia no se haya reconocido a sí misma como una “transformación del judaísmo.” Empero, queriendo evitar las referencias cíclicas y la repetición hasta el hartazgo, sólo mencionaremos que las religiones organizadas parecen ser la resultante de un heteróclito fraguado hiperdimensional: una amalgama de interferencias exógenas, hoy mal llamadas extraterrestres, asociado a una férrea programación mental basada en el Contactismo de su presbítera dirigencia —imanes, rabinos y sacerdotes por igual— para la forja de sus dogmas y rituales que concluyen en tres simples paradigmas: el status quo mediante el control de las creencias, el devocionalismo ceremonial y la sumisión junto al sufrimiento como camino a la salvación.

Hay sin embargo un eco válido en su seno que se enriquece y crece en munificencia a medida que se suma el conocimiento presente en sus otras exponentes exotéricas. En este sentido, somos partidarios de reconocer el esfuerzo que se vio en España durante los siglos XIV y XV, cuando representantes de las tres grandes religiones abrahamánicas, —habiendo resurgido de las aguas pónticas por medio de las enseñanzas del filósofo y místico catalán Ramón Lulio (en árabe: رامونلول)— estaban a punto de consolidar los denominadores comunes entre el Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo en un nuevo acervo de conocimientos de vanguardia, proclive hacia la consolidación de un ágape mesotérico: un banquete amical que derrocaría enfrentamientos religiosos y conflictos bélicos, en el Viejo y próximo a redescubrir Nuevo Continente.(1) Tristemente, aquellos que detentan el poder, desde su ampliada visión hiperdimensional, habrían previsto esta posibilidad y prestos a mantener el régimen de producción de loosh de la granja antropecuaria procedieron con precisión quirúrgica a detener esta nueva edificación babeliana que, entre otras miríadas, detonó la persecución y diáspora judía del año 1492.

Excede a nuestra pretensión, al menos por el momento, hacer un recuento pormenorizado de estos hechos, así que recomendamos enfáticamente las impecables obras de la académica inglesa Frances Amelia Yates, en particular, La Filosofía Oculta en la Época Isabelina (The Occult Philosophy in the Elizabethan Age) que brindarán al aspirante una sana lectura, requisito propiciatorio para desarrollar una mente crítica y abrasiva a prueba de cualquier peculado energético sectario o religioso.

Retomando el objetivo del presente escrito, quisiéramos llamar la atención al lector un hecho peculiar y que se nos antoja molesto. En la incepción de las religiones abrahamánicas yace un curioso personaje: Melchizedek quien, carente de todo linaje y genealogía —requisito para formar parte de la ilustre lista de personajes veterotestamentarios,— inicia al patriarca Abram, más tarde conocido como Abraham, con una extraña ceremonia en la que se hace la primer referencia bíblica “al pan y el vino.” (2) Dentro de aquellas investigaciones particulares por las que se interesó Jacques Vallée, se encontraban los intersigns: los extraños sincronismos que giran alrededor de eventos inesperados o curiosos; en Forbidden Science II, se relata este notable incidente:
Dejé el estudio desconcertado, pero la rareza apenas estaba comenzando. Caminé hacia el hotel Roosevelt, tomé un taxi al azar en el atiborrado tráfico. La taxista era una rolliza rubia que conducía erráticamente. Cuando llegamos a KABC [estación de radiodifusión propiedad de la ABC], me entregó un recibo por la tarifa. Lo saqué de nuevo mientras preparaba mi informe de gastos, y tuve un sobresalto cuando vi que estaba firmado por Melchizedek. Solamente hay una entrada con este nombre en la guía telefónica de Los Angeles

¿Es este otro intersign [sincronismo]? Durante semanas he pasado mucho tiempo libre investigando a Melchizedek. He enviado a mi secretaria a la biblioteca para hurgar referencias, y he leído todos los libros posibles en busca de pistas, desde la cosmogonía de Urantia hasta la obra de Frater Achad. ¡Y cuando dejo todo esto por un fin de semana en Los Ángeles, tengo que tomar el único taxi en la ciudad conducido por Melchizedek!
El sacerdocio de Melchizedek, contagia al judaísmo con un paradigma que compartirán todas las religiones teocráticas y que más tarde cobrará significado sacramental dentro de los rituales cristianos: la ofrenda del “pan y el vino,” el rito que conecta la idea del diezmo, sacrificio u ofrenda hacia las entidades superiores; una forma de aplacar la ira de los dioses o conseguir de ellos “gracias” y “atajos.” Cangá Corozo en La Conspiración del Angel Gabriel es más enfático al asociar este rito sacrificial en pos de obtener protección o para lograr un objetivo a toda costa:
Luego del encuentro con Melquisedek, Abram regresa a su casa en Canaán, y “el Señor” (Enlil/El) se le manifiesta nuevamente, esta vez por medio de una visión, donde le dice que no se preocupe, pues siempre lo protegerá, a lo que Abram responde que de nada sirve esa protección si él no tiene hijos, por lo que todas las cosas que tiene y que le sean concedidas, las heredaría su criado Eliezer [...]

El Señor le dice que un hijo suyo sería quien lo heredaría, y que así como son las estrellas, así de numerosos serían sus descendientes. Y cuando Abram le peguntó qué debía hacer para ganarse todo eso, “el Señor” le pide... ¡una ofrenda quemada!
—Oh Señor, ¿cómo sabré que yo la he de poseer?
Le respondió: —Tráeme una vaquilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.
El tomó todos estos animales, los partió por la mitad y puso cada mitad una frente a otra. Pero no partió las aves.
(Génesis 15: 8-10)
Quiero en este punto del relato, atraer la atención a un hecho que ya antes habíamos establecido: estas entidades, que se hacían pasar por dioses, necesitaban imperiosamente ofrendas de animales, la sangre fluyendo, el animal agonizando, el humo subiendo al cielo.
Sólo agregamos a las palabras del aretalogista Cangá Corozo que estas entidades entrópicas no sólo necesitaban imperiosamente ofrendas de sangre de animales: si logramos abstraernos lo suficiente y derribar las últimas barreras emocionales, no existe diferencia alguna en la búsqueda de poder o salvación a través de métodos sacrificiales, en homenaje, sumisión o expiación, para pertenecer al selecto “pueblo del Diablo.” Cualquier sacrificio humano como el Brit Milá: “el pacto de la circuncisión“ (en hebreo: בְּרִית מִילָה), la clitoridectomía: la mutilación genital femenina reclamada por el Islam o cualquier reproducción cristiana de los tormentos de la carne que nos describe el Via Crucis, al que gratuitamente se sometieron tantos seguidores de Jesús en su búsqueda de la salvación, describen meramente un mecanismo para extraer orgón a través del sufrimiento para satisfacer a las hambrientas entidades del plano etérico.

Ciertas enseñanzas y procederes del shamanismo occidental no se encuentran tan lejanas: autores como Carlos Castaneda o Víctor Sánchez describen el proceder de los indios yaquis en el Camino del Poder, por medio del pacto con un “aliado” en las jerarquías descoporeizadas, aquel ser inorgánico al que intentan aliarse para desarrollar sus poderes taumatúrgicos; Joseph Fisher observó la necesidad en las culturas aborígenes de efectuar un sacrificio de sangre para lograr el contacto trascendental y establecer un vínculo con el «espíritu guardián»:
Los cazadores y recolectores nómades de la ahora extinta tribu Charrúa del Uruguay llevaban a cabo una dolorosa versión de la búsqueda de la visión trascendental. Después de abrirse camino hasta la cima de una colina aislada, se flagelaban y cortaban la carne con sus armas hasta que, en delirio, cada uno recibía una visión de una entidad. Este ser era adoptado inmediatamente por el nativo e invocado, en momentos de peligro, como su guardián.

Los miembros de la tribu de los Llanos, al buscar esta visión espiritual, suben a una montaña remota, se desnudan, ayunan, prescinden del agua y, por último, cortan por la articulación distal su dedo índice izquierdo. El apéndice desmembrado se alza hacia el cielo mientras el nativo suplica a su guardián por buena fortuna.
Jacob luchando con el ángel
Bartholomeus Breenbergh
(año 1639)
Para el ojo entrenado, este intercambio de sacrificios de sangre en pos de seguridad y «buena fortuna» no debiera distar demasiado del Pacto de Sinaí entre Moises y El Señor de los Ejércitos. Cangá Corozo nos provee un curioso relato del Génesis cuando Jacob forcejea con un «Angel del Señor» y es rebautizado con su nombre iniciático Israel:
En un punto en que Jacob tomó a sus dos mujeres, a sus dos siervas y a sus once hijos, y los hizo cruzar el río junto con todo lo que tenía. En el momento en que Jacob se había quedado sólo, se presentó una entidad que se enfrentó a él pero sus fuerzas eran parejas, ante lo que se dio el siguiente diálogo:
Entonces el hombre le dijo: —¡Déjame ir, porque ya raya el alba!
Y le respondió: —No te dejaré, si no me bendices.
El le dijo: —¿Cuál es tu nombre?
Y él respondió: —Jacob.
El le dijo: —No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has contendido con Dios y con los hombres, y has prevalecido.
(Génesis 32: 26-28)
Es así como esta entidad le cambió el nombre a Jacob por el de Israel. Luego Jacob le preguntó su nombre a esa entidad, pero ese ser no se quiso identificar. Luego Jacob bautizó al sitio como Penuel “porque vi a Dios cara a cara y salí con vida.”
Si nuestros bienamados hermanos en la Búsqueda de la Verdad observan con cuidado, este enfrentamiento no difiere prácticamente en nada cuando Don Juan y Don Genaro le explican a Castaneda su enfrentamiento con la entidad desencarnada, durante la cual el «aliado» es contactado físicamente por el brujo shamán; leemos en el siguiente extracto de Viaje a Ixtlán, que algunos ufólogos no dudarán en reconocer un velado proceso de abducción donde la víctima es transportada:
Don Juan explicó que el aliado, atraído por las llamas, se manifestaba a través de una serie continuada de ruidos. La persona que buscaba aliado debía seguir la dirección de la cual venían los ruidos y, cuando el aliado se revelaba, luchar con él y derribarlo al suelo para domeñarlo [...]

—Las plantas de poder son sólo una ayuda —dijo don Juan.— Lo de verdad es cuando el cuerpo se da cuenta de que puede ver. Sólo entonces somos capaces de saber que el mundo que contemplamos cada día no es nada, más que una descripción. Mi intención ha sido mostrarte eso. Desgraciadamente, te queda muy poco tiempo antes de que el aliado te salga al paso.
—¿Tiene que salirme al paso?
—No hay manera de evitarlo. Para ver hay que aprender la forma en que los brujos miran el mundo; por eso hay que llamar al aliado, y una vez que se le llama, viene.
—¿No podía usted enseñarme a ver sin llamar al aliado?
—No. Para ver hay que aprender a mirar el mundo en alguna otra forma, y la única otra forma que conozco es la del brujo
[...]

Le supliqué a Don Genaro que me contara su primer encuentro con su aliado.
—Era yo joven cuando me enfrenté por primera vez con mi aliado —dijo al fin.— Recuerdo que fue en las primeras horas de la tarde. Yo había estado en el campo desde el amanecer e iba de vuelta a mi casa. De repente, el aliado salió y se interpuso en mi camino. Me había estado esperando detrás de una masa y me invitaba a luchar. Yo iba a salir corriendo, pero me vino la idea de que yo era lo bastante fuerte pare enfrentarme con él. De todos modos tuve miedo. Un escalofrío me subió por la espalda y mi cuello se puso tieso como tabla. A propósito, ésa es siempre la señal de que uno está listo; digo, cuando el cuello se pone duro.
—¿Qué pasó cuando agarró usted a su aliado, don Genaro? —pregunté.
—Fue una gran sacudida —dijo don Genaro tras un titubeo momentáneo. Parecía haber estado ordenando sus pensamientos. —Nunca imaginé que sería así —prosiguió.— Fue algo, algo, algo... como nada que pueda yo decir. Después que lo agarré, empezamos a dar vueltas. El aliado me hizo dar vueltas, pero yo no lo solté. Giramos por el aire tan rápido y tan fuerte que yo ya no veía nada. Todo era como una nube. Dimos vueltas, y vueltas, y más vueltas. De repente sentí que estaba parado otra vez en el suelo. Me miré. El aliado no me había matado. Estaba yo entero. ¡Era yo mismo! Supe entonces que había triunfado. Por fin tenía un aliado. Me puse a saltar de alegría. ¡Qué sensación! ¡Qué sensación aquélla! Luego miré alrededor para averiguar dónde estaba. No conocía por ahí. Pensé que el aliado debía haberme llevado por los aires para tirarme en algún sitio, muy lejos del lugar donde empezamos a dar vueltas.

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Mariofanías: Kundalini y la Virgen Madre

Dentro de la institución eclesiástica el Arquetipo de la Madre siempre sostuvo un papel relevante. En la crónica neotestamentaria no sólo María fue la madre del niño Jesús sino que a través de un inteligente ejercicio canónico, la Bienaventurada Virgen Maria se transformó parabólicamente en la Madre de Dios; y, con clerical astucia, el catolicismo sacó provecho de la resonancia emocional que la simbología maternal produjo en sus acólitos logrando fundirse en la misma imagen: hablamos de la Santa Iglesia Católica como regente espiritual de todos los feligreses: “Salus Populi Romani” (en español: Protectora del Pueblo Romano).

Esta costumbre de proveer protección a cambio de devoción se observa en los mensajes de varias mariofanías, es decir, en aquellas apariciones —montajes de trasfondo ufológico pero de recargada imaginería y guión religioso— que la Iglesia certifica como la B.V.M. En el caso particular de Fátima, la escenificación comienza con un videoclip escalofriante donde los niños pastores —los renuentes espectadores elegidos por la entidad— son traumatizados con una visión del infierno para luego, coacción mediante, ofrecer una solución a través de la completa sumisión:
“Visteis el infierno, para donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que digo, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, comenzará otra peor. Cuando vean una noche alumbrada por una luz desconocida, sepan que es la gran señal que les da Dios de que él va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, el hambre y las persecuciones a la Iglesia. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón. Si atendieran a mis pedidos, Rusia se convertirá y tendrán paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia, los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas, por fin mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará la Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz.”
Aunque la ufología era desconocida en su época, el antropólogo folklorista Evans-Wentz postuló en su obra The fairy-faith in Celtic countries una serie de teorías colineales a las que el sociólogo francés Bertrand Méheust plasmó un siglo más tarde en Soucoupes Volantes et Folklore; algunas de ellas, tuvimos la oportunidad de enumerarlas cuando asociamos la ufología con el fraguado de las religiones organizadas. Evans-Wentz se interesó en la mariofanía colonial de Guadalupe donde notó que la diosa Tonantzin Coatlaxopeuh, una deidad de la fertilidad náhuatl, ya era venerada con el mote Nuestra Gran Madre, habiendo tenido un templo —destruído por los sacerdotes españoles,— en el mismo cerro donde Juan Diego tuvo las visiones. Empero, merced a la escenificación ufológica, a la aparición se le erigió una basílica donde multitudes de aborígenes terminaron convirtiéndose al cristianismo: en definitiva, la inteligencia detrás de estas apariciones se adaptó al sistema de creencias imperante para volver a ser adorada y venerada.

Para marchar con cierto éxito en nuestra campaña, será prudente ir relacionando este proteccionismo y asistencialismo con las ideas vertidas por William Bramley en su brillante obra Los Dioses del Eden (The Gods of Eden), donde unas entidades tecnológicamente superiores —claramente librados de las ataduras físicas, no así de unas acuciantes necesidades energéticas— “custodian,” “guían” y “controlan” el desarrollo de la humanidad. Creemos que a esta altura estará de más recomendar a nuestros bienamados hermanos en la Búsqueda de la Verdad la lectura del libro de Kyle Griffith: El Colegio Invisible y la Guerra en el Cielo (War in Heaven), como obra de referencia —claramente nunca a pie juntillas— para detectar y evitar peculados energéticos. Tómese como aletiómetro que los administradores podrán teatralizar cualquier obra, desde la más obscena y macabra hasta la más sublime y excelsa, con el objeto de mantener o aumentar los rindes de la granja antropecuaria: conocer la utilidad etérica del orgasmo, del sufrimiento y de la devoción, energías apreciadas y recolectadas en el siguiente nivel de realidad, puede conducir a detener ciertas indulgencias y creencias, y tal vez encamine al peregrino a un ejercicio más inteligente en el cultivo de sus propias fuerzas.

En definitiva, lograr atisbar las apariciones marianas como una puesta en escena para obtener réditos devocionales nos ahorra tiempo.(1) De hecho, una mariofanía debiera compararse a un acto político en un país en vías de desarrollo: por un lado, una figura feérica, de rasgos impecables, fascinando a los espectadores; por otro, una serie de milagros y sanaciones. En efecto, más que “folklore in the making” (un fraguado de mitos) es el verdadero cincelado de un partido político hiperdimensional: una religión. Invitamos a la despierta reflexión de nuestro respetado Salvador Freixedo (Las Apariciones Marianas, cap. III: Realidad y credibilidad de las apariciones):
Se dirá que si es en realidad la Virgen la que se manifiesta en las diversas apariciones «marianas,» no hay nada de extraño en que pida siempre poco más o menos las mismas cosas y en que se presente rodeada de las mismas circunstancias. Y no está falta de lógica la objeción. Pero la dificultad está en que si estas mismas circunstancias las vemos repetidas en la Virgen de Lourdes —admitida por la Iglesia— y en multitud de apariciones que no sólo no lo han sido, sino que han sido rechazadas por la jerarquía (el caso de El Palmar de Troya); y si las vemos de nuevo en las apariciones de Venus o Ceres tal como nos las narran los historiadores romanos; en las leyendas de apariciones de hadas (y recuerde el lector que aunque las hadas no existiesen, sigue en pie el hecho de que en sus leyendas, transmitidas por pueblos muy distantes en el tiempo y en el espacio, se dan circunstancias semejantes); o en las apariciones de la diosa Namagiri en el hinduismo o de la africana Changó...

Tenemos el derecho a preguntamos: ¿por qué? ¿Por qué todas las apariciones femeninas se presentan igual, hacen las mismas cosas o parecidas, piden lo mismo y hasta tienen el dudoso gusto de hacer sufrir a los videntes, cuando no «llevárselos con ellas» al poco tiempo? ¿No será porque la causa del fenómeno es la misma, y lo único que hace es acomodarse al entorno cultural en que se presenta? ¿No será que lo que la aparición tiene en mente no es lo que dice, sino algo que se nos escapa por completo?
Helen on the Walls
of Troy
del pintor
Gustave Moreau (s. XIX)
Las inquietudes del ex-jesuita son cínicas pero válidas; siguiendo nuestra analogía tercermundista, una aparición puede mostrarse con hábitos impolutos, pero una mirada atenta expondrá aquel gesto de desprecio velado cuando el mandatario alce en brazos al incontinente infante de una humilde familia para la foto de cierre de campaña. Como además de Freixedo, bien notaron los ufólogos John Keel y Jacques Vallée, las apariciones casi siempre rodean a niños y adolescentes, y sus vidas son presurosamente consumidas o se hacen insufribles; y en muchos casos, aquellos que sobreviven, comienzan un trajín idéntico al de los Contactados: se convierten en estaciones receptoras de absurdos mensajes siderales: “Las naves celestiales están preparadas para transportar a los elegidos a la tierra prometida. Estas vendrán rodeadas de luz azul como especie de una nube.” Otras comunicaciones revisten características escatológicas y apocalípticas, similares a la propaganda de la secta Heaven's Gate: “Faltan segundos para la destrucción de varias naciones.” Mientras que otros mensajes rayan la psicopatía: “... acepta y soporta con humildad los sufrimientos que mi Hijo te envía...” o sencillamente conminan al sometimiento y aniquilación: “... date cuenta de que al que más amo es el que más sufre; déjate poseer y consumir por mí... no olvides hija mía, que las almas que yo escojo tienen que ser víctimas del dolor, pero vale la pena el sufrimiento y el dolor.Freixedo termina preguntándose sobre los curiosos reclamos de la aparición del Escorial:
Por último, otra cosa que también llama la atención en el mensaje es la exigencia de dolor; de dolor humano, penitencia, austeridad, mortificación, renuncia... Las mariofanías, al igual que las otras apariciones, reclaman que se lo brindemos voluntariamente, pero si no lo hacemos, entonces nos lo van a imponer por la fuerza y para eso están las amenazas para todo el mundo a las que hemos hecho alusión en párrafos precedentes. [...]

¿Dónde está esa maternal providencia? De nuevo pregunto: ¿Por qué cuando «el Señor» escoge determinados humanos les reclama tanto sufrimiento? ¿Por qué siempre dolor? ¿Tan mala es la humanidad? ¿Quién la ha hecho tan defectuosa? Y ¿por qué Dios tiene que pedirle precisamente dolor, dolor físico, al hombre?
El último punto que intentaremos remarcar sobre las mariofanías es el ordeñe de la energía vital de los visionarios: la casuística revela que los Contactados son programados desde la tierna infancia y la franja etaria se centra en la preadolescencia debido a que se busca detonar el síndrome Kundalini. Lamentablemente, esta cuestión ha pasado desapercibida por demasiado tiempo, tal vez, debido a que los investigadores de fenómenos anómalos no sospechaban el papel jugado por la humanidad en la economía cósmica.

Desde una perspectiva energética, la mejor inversión es aquella con un mínimo de capital en riesgo y de la que se obtengan retornos exponenciales dentro un tiempo acotado. Sabemos que en las mariofanías, las visiones no fueron completamente captadas por la multitud participante, salvo en aquellos que habían sido previamente elegidos; para ilustrar con ejemplos: Bernadette Soubirous en Lourdes, Lucía dos Santos en Fátima y Juan Diego en Guadalupe, quienes, a excepción de este último, eran niños o preadolescentes. Esto señala que los participantes probablemente fueron seleccionados por la configuración de su sensitivo sistema nervioso, y quizá se tratase de shamanes en potencia. En todos los casos, los Contactados fueron personas con baja o nula preparación escolar y en dos de los tres casos con conocidas infancias difíciles: Bernadette vivió en la extrema probreza, contrajo cólera y sufrió de asma toda su vida, mientras que Lucía ya había tenido visiones a los 8 años y, probablemente, más que eso, dado que su segundo encuentro cercano la había dejado exhausta y paralizada, permaneciendo todo un día en estado de trance; ¿tal vez se trató de una abducción más que de una simple visión?

Por lo que sabemos sobre el cultivo de los hidrógenos sutiles, el sufrimiento y, en particular, la oración frecuente —que conduce hacia el harnelmiatznel consciente debido al ritmo cadencioso cardiorespiratorio, de ahí su paralelismo con el hesicasmo católico,— dispone a la ascención de las energías del dan-tien inferior hacia el dan-tien medio. Esto puede echar algo de luz al por qué de la recalcitrante insistencia en los mensajes de las apariciones sobre el “Inmaculado Corazón;” es evidente que los H6 son más apreciados en Cuarta Densidad que los mundanos H12. Especulamos entonces que la “oración” que le enseñó el “Ángel de la Paz” a Lucía durante su primera visión, quizá se tratase de una forma pranayama con mantras, mientras que el sufrimiento físico cotidiano al que se había sometido y acostumbrado Bernadette fue una manipulación para desencadenar su síndrome Kundalini. Cuando esto ocurre, el cuerpo libera grandes cantidades de Askokin/Loosh, sumamente aprovechables para amortizar los gastos de cualquier montaje teatral hiperdimensional... en este caso, una inversión brillante pues los resultados de las apariciones no sólo lograron la construcción de nuevos sitios de culto y devoción, sino que la energía requerida para las mariofanías y milagros surgió de los propios contactados. En la sección La Física de la B.V.M. del libro El Colegio Invisible (cap. Una morfología de los milagros) el doctor Vallée sostiene:
Otra observación interesante se refiere a la naturaleza del estado de trance experimentado por Bernadette. Un médico había decidido exponerla como un caso mental y realizó un experimento fascinante. Este hombre, el doctor Douzous, colocó una llama de vela bajo la mano de Bernadette durante quince minutos. Cuando ella terminó sus oraciones, él pudo observar cómo el brillo del éxtasis abandonaba la cara de la muchacha.
Sabemos que, una vez sublimada, la energía Kundalini es bioluminiscente, lo que explica el resplandor del rostro, en el dan-tien superior durante el proceso de meditación: se trata de la velada simbología tras la “aureola” de la santidad. La llama tampoco le había dejado marcas ni quemaduras en su mano: la inmunidad al fuego durante el éxtasis —estudiada en profundidad por el jesuita Herbert Thurston en su obra Fenómenos Físicos del Misticismo— es otra característica que destaca la presencia del síndrome Kundalini. Finalmente, podemos asegurar por el estado incorrupto post-mortem de Bernadette que los hidrógenos sutiles se propagaron por todo su organismo. Lamentablemente, su paradigma mental de sometimiento y disposición al suplicio no cambió y, por lo tanto, no pudo hacer uso de los poderes taumatúrgicos para restablecer su organismo. Así que, en las lapidarias palabras de Gurdjieff, estaríamos ante el caso de una “santa estúpida.”

Dejaremos pendiente para un próximo escrito los milagros que rodean los lugares de culto, pero, y lo más importante, la simbología velada de Kundalini como la Madre de Dios: aquí sondearemos el secreto de la alquimia y la verdadera razón tras la dramática similitud de la Virgen Negra de Sous-Terre sosteniendo al Niño Dios, su equivalente egipcio: Isis con Horus en su regazo, y la misericordiosa Kwan Yin acompañada del adepto Tongzi en China.

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El acarreo del Anillo como símbolo del Nigredo

Nuestro prestigioso filólogo John Ronald Reuel Tolkien escribió El Señor de los Anillos como una continuación a El Hobbit. Cuenta la historia que los primeros esbozos describían al propio Bilbo como protagonista en busca de nuevas aventuras. Sin embargo, tras una noche inquieta, un esbozo apresurado toma un viraje imprevisto; el relato se ensombrece: el Anillo Único cobra un peso funesto; surge un nuevo personaje, su sobrino, quien tomará el papel épico del Portador perseguido por oscuros y nefastos espectros; el cuento crece y se bifurca, los capítulos se reescriben y renumeran, los editores se impacientan; el profesor reconoce que:
«La obra ha escapado de mi control y he producido un monstruo: una novela inmensamente larga, compleja, bastante amarga y atemorizante, muy poco apropiada para niños (o para cualquiera); y que en verdad no es una continuación de El hobbit, sino de El Silmarillion.»
Luego de años de revisiones y reescrituras, el primer tomo de la historia asoma en las librerías. Tolkien le había augurado a su aun apesadumbrado editor, Stanley Unwin: “Está escrita con la sangre de mi vida, gruesa o delgada, como sea, y no puedo hacer otra cosa.” Parte del riesgo que corrían era que la obra no fuese aceptada por su volumen, por su recargado trasfondo mítico, pero también porque no estaba enfocada a un público particular; sin embargo, como a todo lector del magnus opus tolkiniano le habrá pasado, cuando se llega a las páginas finales se percibe que la obra es quizá demasiado breve. Para entonces, las críticas como las ventas no se dejaron esperar: los restantes tomos surgieron durante los siguientes meses, obedeciendo a la escasez de papel luego de la Segunda Guerra. En los años posteriores las traducciones tampoco se hicieron demorar: Francisco Porrúa haría un trabajo magistral desde el pulcro inglés del catedrático de Oxford a un esmerado español, una labor semejante a la de Vicente Villacampa cuando tradujo del francés a nuestro respetado ingeniero Fulcanelli en Las Moradas Filosofales.

¿Pero quién es El Señor de los Anillos? El lector entendido no dudará ni por un instante en que tal título es claramente atribuido al Nigromante; tanto el errante y sabio mago se pronuncia al respecto en los primeros capítulos como más tarde lo hará Frodo cuando concluye el Libro Rojo titulándolo: “La caída del Señor de los Anillos y el retorno del Rey.” Otra inquietud que nos corroe es que Tolkien no se consideraba el autor de la historia. Durante el prólogo, el celebrado profesor se ubicaba como un mero traductor o transcriptor, tomando como fuente unos documentos imaginarios de una ficticia biblioteca. ¿Es que acaso el tabáquico medievalista estuviera consciente de que la materia prima de su obra estaba siendo sintonizada o canalizada desde alguna fuente no local de información?

En el pasado, hicimos mención sobre que la mitología tolkiniana había espitado algún inusitado abrevadero de una potable y fresca corriente esotérica. Es más, nos atrevimos a comparar las Densidades de Consciencia provistas en el Material Ra y en las Sesiones Cassiopaea, junto a la disección de entidades que discurre en el Ainulindalë (la Música de los Ainur) en su obra póstuma El Silmarillion. Si añadimos el arte-facto de la Kabbalah como un grafo de dependencias cognitivas, vemos que las tres grandes regiones del Cosmos pueden compararse con el Mundo Empíreo, Etéreo y Elemental rosacruz y que, respectivamente, pueden ser asociadas a Las Tierras Imperecederas, las Aguas Circundantes (que más tarde cobijaron a la Isla de Númenórë) y La Tierra Media; en la tabla siguiente resumimos groseramente, afortunadamente sin pérdida de generalidad, una enumeración comparativa:

PrincipioDensidad de ConscienciaMitología tolkinianaConcepción rosacruz
YangSéptimaIlúvatar: el Único o Todo
(previo al Ainulindalë)
Aleph/Absoluto
(Potencial inmanifiesto)
YangSextaArquetipos: ValarReino Plerómico
YangQuintaEspíritus: Maiar
Estancias de Mandos
Reino Espiritual
(Inmortales celestiales)
Yin/YangCuartaElfos, Medioelfos,
Ents y Orcos
Reino Etérico
(Inmortales terrenales)
YinTerceraHombres, Enanos
y Hobbits
Reino Humano
(Mortales terrenales)
YinSegundaFauna y FloraReino Orgánico
YinPrimeraRegiones geográficasReino Elemental
(Fundamento)


Es evidente que las potestades angélicas del Ainulindalë, aquellas entidades que transforman Lo Inefable en Manifiesto, pueden ser asociadas casi de inmediato con los Arquetipos —jungianos y, por qué no, aquellos agregados por August William Derleth a la mitología de su mentor Howard Phillips Lovecraft.—(1) Los Maiar son los espíritus de Quinta Densidad, emisarios bajo la égida de los Valar, enviados como bodhisattvas hacia el Reino Humano con una misión que ha de ser descubierta durante su peligrosa peregrinación hacia los inquietantes reinos más densos. Estas encarnaciones pueden ser vistas, desde un nivel no antropocéntrico, como una serie de sucesivos procesos de desintegración positiva: a medida que se logre capitalizar sufrimiento cristalizándolo en sabiduría y se trabaje sobre sí para desprender los agregados psicológicos, lográndose una suficiente depuración de las conductas urobóricas, se alcanzará entonces el nivel cognitivo del pensamiento unificado (la integración o no-dualidad) de Sexta Densidad. En la hebra narrativa de la muerte y resurrección de Gandalf en Moria vemos una descripción sin tapujos de este proceso. Ciertamente, el errante sabio vuelve como el Caballero Blanco pero con la apariencia y hábitos humildes de un yogui:
Durante un tiempo Gandalf no dijo nada y no hizo preguntas. Tenía las manos extendidas sobre las rodillas y los ojos cerrados. [...] Los otros se quedaron mirándolo. Un rayo de sol se filtró entre las nubes rápidas y cayó en sus manos, que ahora las tenía en el regazo con las palmas vueltas hacia arriba: parecían estar colmadas de luz como una copa llena de agua. Al fin alzó los ojos y miró directamente al sol.
Aunque se puede decir lo mismo sobre la sacrificada gesta de los hobbits en pos de la destrucción del Anillo Único. En cierta forma, los tres personajes que atraviesan las Ciénagas de los Muertos pueden analizarse, desde tradición kahuna de la psiquis humana, como un gestalt conformado por tres «configuraciones» amalgamadas dentro de un mismo ser:
  • la Supraconsciencia (Ser/SuperYó),
  • el Consciente (Animus/Ego), y
  • el Subconsciente (Anima/Ello).

O Oriens, splendor lucis
aeternae, et sol justitiae:
veni, et illumina sedentes
in tenebris, et umbra mortis.
Estas tres conformaciones se aprecian respectivamente en Sam, Frodo y Gollum. Dado que es aquí, al atravesar el pestilente cenagal del Nigredo, cuando el Anillo cobra un peso insólito para el Ego portador, pues la rueda ígnea que se presenta en las desosegadas visiones que enfrenta el devastado y consumido Frodo, puede asociarse a la inexorable desintegración que acarrea el ejercicio de la Rota. El ojo entrenado no demorará en asociar la Puerta Negra de Mordor con el Huiyin daoísta: la Puerta de la Vida y de la Muerte, mientras la Luz que emana del Cristal de la Dama (Kuan Yi, Kundalini o la Virgen Maria, en cábala fonética: la Virgen Madre) cuando es alzado en manos del Escudero de la Comarca, que se revela cuando su amo, la Consciencia, permanece en estado comatoso.

En efecto, es Frodo, en el papel de la Consciencia, quien descubre poco a poco el velado poder que asoma tras la Supraconsciencia incipiente: “Estoy aprendiendo mucho sobre Sam Gamyi en este viaje. Primero fue un conspirador y ahora es un juglar. Terminará por ser un mago... ¡o un guerrero!” Sam se convierte en el Guerrero —el ahora Mayordomo de la Gran Obra,— en el embrión de la Supraconsciencia que logra desafiar y derrotar a Ella-Laraña, una potestad de la oscuridad que hace sucumbir en tinieblas al Ego. Pero es cuando Sam se convierte en el Portador del Anillo cuando asume el arquetipo del Mago: es entonces el verdadero Señor de los Anillos pues, a diferencia de Frodo, el Anillo Único jamás ejerció sobre sí poder alguno; a partir de su nacimiento es la Supraconsciencia quien mantiene a raya a Gollum: el Subconsciente desintegrado en camino de ser completamente sublimado en el Monte del Destino.

Esta anagogía a la «transfiguración» o «advenimiento» pudo haber sido percibida por el profesor Tolkien cuando se topó con una curiosa obra anónima, escrita en anglosajón, durante sus estudios en Oxford en 1913: Christ I. Las extrañas palabras que leyó fueron: “Salve Earendel, el más brillante de los ángeles, enviado a los hombres sobre la media tierra.” No nos esforzaremos demasiado en convencer al lector que aquí vemos una clara alusión a la teofanía mineral descrita por los alquimistas. ¿Acaso la Iluminación no es el “Nacimiento de (un) Dios?” Tolkien escribiría más tarde: “Sentí una curiosa excitación como si saliendo de un sueño, algo se agitara en mí. Detrás de aquellas palabras había algo muy remoto, raro y hermoso, si podía asirlo, algo que estaba mucho más allá del antiguo inglés.” Proveemos a continuación un extracto traducido de la versión en inglés moderno (2) de la antífona, previa al siglo X: O Oriens, dirigida a la Estrella Matutina:

Eala earendel, engla beorhtast,
ofer middangeard monnum sended,
ond soðfæsta sunnan leoma,
torht ofer tunglas, þu tida gehwane
of sylfum þe symle inlihtes!
Swa þu, god of gode gearo acenned,
sunu soþan fæder, swegles in wuldre
butan anginne æfre wære,
swa þec nu for þearfum þin agen geweorc
bideð þurh byldo, þæt þu þa beorhtan us
sunnan onsende, ond þe sylf cyme
þæt ðu inleohte þa þe longe ær,
þrosme beþeahte ond in þeostrum her,
sæton sinneahtes; synnum bifealdne
deorc deaþes sceadu dreogan sceoldan.

Nu we hyhtfulle hælo gelyfað
þurh þæt word godes weorodum brungen,
þe on frymðe wæs fæder ælmihtigum
efenece mid god, ond nu eft gewearð
flæsc firena leas, þæt seo fæmne gebær
geomrum to geoce. God wæs mid us
gesewen butan synnum; somod eardedon
mihtig meotudes bearn ond se monnes sunu
geþwære on þeode. We þæs þonc magon
secgan sigedryhtne symle bi gewyrhtum,
þæs þe he hine sylfne us sendan wolde.
¡Oh Eärendel, el más brillante de los ángeles,
enviado a la humanidad sobre la Tierra Media,
resplandor del sol justo
espléndido sobre todas las estrellas! Tú mismo
siempre has iluminado a todas las edades.
Como tú, Dios nacido del Dios Eterno,
Hijo del verdadero Padre, que eternamente ha existido
sin comienzo ni final, en la gloria del cielo,
entonces tu propio grito de creación con confianza
a ti ahora para sus necesidades, que envíes
ese sol brillante para nosotros, ven tú mismo
a aligerar a aquellos que han vivido apesadumbrados,
rodeados de sombras y oscuridad, aquí
en la noche eterna; quienes, envueltos por los pecados,
han tenido que soportar la sombra oscura de la muerte.


Ahora, llenos de esperanza, buscamos tu redención,
llegado a la gente mundana a través de la palabra de Dios,
quien estuvo al principio con el Todopoderoso Padre
igualmente eterno con Dios, y ahora se convirtió
en carne, libre de pecados, nacido de la virgen,
en apoyo a los afligidos. Dios estaba con nosotros,
visto sin pecado; juntos moran
el poderoso hijo del Justo y el hijo del hombre,
en paz entre la gente. Dirijamos nuestro agradecimiento
al señor de la victoria por sus obras,
porque eligió enviarse a nosotros.

Entendemos importante concluir esta entrega haciendo mención al hermoso himno de San Ambrosio de la liturgia navideña —la natividad del Niño Dios o Embrión Áureo,— que nos lo recuerda Canseliet en el prefacio a la tercera edición francesa del último libro de nuestro respetado Fulcanelli:

Veni redemptor gentium,
Ostende partum Virginis:
Miretur omne saeculum:
Talis decet partus Deum.

Non ex virili semine,
Sed mystico spiramine
Verbum Dei factum caro,
Fructusque ventris floruit.

Alvus tumescit Virginis
Claustra pudoris permanent,
Vexilla virtutum micant,
Versatur in templo Deus.
Ven, redentor de las naciones,
muestra el parto de la Virgen
que todo el siglo admira.
Semejante nacimiento corresponde a Dios.

No de la semilla de un hombre,
sino de un soplo misterioso
el Verbo de Dios se ha hecho carne,
y fruto de las entrañas ha florecido.

El vientre de la Virgen se hincha.
Las murallas del pudor persisten.
Los estandartes de las virtudes se agitan
y Dios reside en el Templo.


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